Cuesta creer que hasta hace poco más de un año atrás las conversaciones en nuestro país giraban en torno al “oasis chileno”, cegados por los promedios, mientras las autoridades hacían llamados a los chilenos a madrugar para evitar las alzas de los pasajes del transporte público.
Nadie previó lo que pasaría ese 18 de octubre. Pero nadie tampoco puede decir que fue algo sin una base sólida.
Los datos estaban ahí. Nuestro estudio CHILE3D e IPEC, con sus series históricas de 10 y 39 años respectivamente, nos mostraban cómo los chilenos estaban cada vez más frustrados y se sentían enormemente vulnerables frente a una posible pérdida de trabajo o una enfermedad grave, porque sabían que eso significaría un retroceso total en el progreso alcanzado en los últimos años en un ambiente de consumismo aberrante que sumergió a la clase media baja, que representa al 70% población, en un permanente y agobiante bicicleteo económico que se convirtió en un caldo de cultivo para los delincuentes de cuello y corbata.
Sí, estamos muchísimo mejor que nuestros padres, pero esto ya no es suficiente. Hoy tenemos un déficit en necesidades básicas como salud, pensiones, territorio digno, servicios básicos, entre otros, y que año tras año se acentúan a pesar de los enormes avances que se han logrado.
Debemos cultivar un país para que entregue mejores oportunidades para todos y no solo para los que más dinero ganan. Los chilenos no quieren que les regalen las cosas, solo quieren tener la certeza de que la puerta no se les cerrará simplemente por haber nacido donde lo hicieron. CHILE3D nos muestra que 7 de cada 10 chilenos cree que no todos tenemos las mismas oportunidades para surgir en la vida y 8 de cada 10 considera que existen ciudadanos de “primera” y otros de “segunda categoría”.
Quiero pensar que podemos trazar un nuevo acuerdo, pero soy pesimista en que seamos capaces de hacerlo hoy en el clima de odio, ingobernabilidad, violencia e injusticia que nos ha tenido de rehenes en los últimos meses.